Por Ángel Barberó
En la última década, los jóvenes españoles se han enfrentado a numerosos desafíos en su búsqueda de empleo. Desde la crisis económica de 2008, el mercado laboral ha quedado tocado. Después llegó la pandemia de COVID-19 y ahora una nueva crisis financiera en 2023. La tasa de paro juvenil es la mayor de toda la UE y roza el 30%. En este contexto, la formación tecnológica y el conocimiento de herramientas como la inteligencia artificial han adquirido una importancia creciente, ya que pueden ser clave para superar estos obstáculos y abrir nuevas oportunidades laborales. Pero, quizás, estamos centrando los esfuerzos en el lugar equivocado.
Durante los últimos 20 años se ha insistido mucho en señalar la programación y el emprendimiento como los grandes agujeros formativos de los jóvenes españoles. Sin embargo, estas afirmaciones eluden el fondo de la cuestión: ¿la formación que reciben las nuevas generaciones les prepara adecuadamente para el mundo que les espera? La respuesta, en la que seguro todos coincidimos, es que no. Pero el diagnóstico y, sobre todo las soluciones, se quedan en la superficie.
Por un lado, debemos tener en cuenta que la formación técnica en herramientas y lenguajes de programación está quedando obsoleta a marchas forzadas. Dentro de pocos años será la inteligencia artificial la que programe, por lo que el mercado laboral se transformará completamente. Nuevas herramientas aparecerán, así como la necesidad de perfiles que, incluso hoy, no somos capaces de anticipar.
Por otro lado, tampoco la formación emprendedora es una garantía de nada: ¿queremos más empresas en España? ¿O queremos más trabajadores que se adapten mejor de cara al futuro, más innovadores y flexibles ante los cambios?
Si vamos más allá de las frases hechas y los lugares comunes, la aparición de la inteligencia artificial, como así lo fue Internet hace 20 años, replantea la esencia misma de lo que entendemos por “formación” y “empleabilidad”. Dado que la educación se ha convertido en un arma política, hemos acumulado leyes de educación donde la guerra ha sido el contenido y las materias, pero nunca el paradigma educativo. Parece que nadie se atreve a enfrentarse al problema de fondo: nuestros jóvenes viven en un mundo muy diferente al que hemos vivido el resto de las generaciones, y necesitan nuevos instrumentos para enfrentarse a él. Ya tienen todo el conocimiento a su disposición, y en tiempo real, pero, sin embargo, les falta pensamiento crítico para convertir ese conocimiento en acción.
Igualmente, también les estamos fallando a la hora de enseñarles cómo trabajar en equipo, y no de forma individual. Porque cualquier reto al que se enfrente en el futuro lo podrán asumir mejor apoyándose en la comunidad (en la empresa, en los equipos de trabajo, en la familia o con los vecinos).
En cuanto a la formación técnica, es vital que los contenidos incluyan todo aquello que ahora forma nuestra realidad y que no hemos actualizado: así como hemos aprendido lo que es un campo en barbecho, debemos hablar de la realidad digital, de cómo se construye ese mundo virtual en el que muchos de los jóvenes (y no sólo ellos) vivimos gran parte de nuestro día a día.
Por último, tenemos que incorporar las nuevas tecnologías a nuevas metodologías de enseñanza. Esto requiere un pacto complejo pero imprescindible: desde la administración pública a las empresas que crean el material formativo, profesorado, alumnos e, incluso, sus familias. Todos debemos asumir que la inteligencia artificial ha llegado para quedarse, que el esfuerzo es compartido y que, si no lo hacemos ya, estamos condicionando nuestro futuro, el que dejaremos en manos de las nuevas generaciones.
La educación tiene que dejar de ser un campo de batalla ideológica.
Sin una sociedad preparada, el futuro del país estará vendido.
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