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Por José Miguel Moreno, economista

En España Mejor hemos puesto el foco en la necesidad de favorecer el crecimiento económico y, para ello, mejorar nuestra productividad y nuestra competitividad. Somos conscientes de que términos como crecimiento, productividad o competitividad, suenan fríos, casi antipáticos, pero lo cierto es que todas esas “cosas” son las que sirven para dar oportunidades a la gente. También podríamos haberlo dicho así: favorezcamos la generación de actividad económica que da buenas oportunidades a las personas. Pero, en fin, a veces hay que utilizar la jerga.

Producir para crecer

Empecemos por hablar de lo que se supone que tiene que crecer. Economistas y políticos se refieren al crecimiento del PIB, que, técnicamente, es la suma de lo que gastan particulares, empresas y Estado, ya sea en consumo o en inversión, lo cual viene a ser, visto desde el lado productor, la suma del valor de los bienes y servicios producidos al precio al que se han pagado, algo muy parecido a decir “la suma de lo que hemos cobrado todos”.

Por tanto, crecer es producir más, o que en conjunto ganemos más. Es hacer más grande la tarta. Evidentemente, será importante cómo se reparte después la tarta, pero aún lo es más el que sea lo más grande posible. Y bien, ¿quién se encarga de producir más? Tendrán que hacerlo las empresas y autónomos, porque el propio Estado funciona con recursos que previamente ha drenado de lo que produjeron ellos. Advirtamos que el Estado español no tiene un patrimonio propio que le aporte rentas significativas, y que los particulares también pagan impuestos, pero lo hacen a partir de lo que han percibido antes de las empresas o del Estado.

En definitiva, “crecer” es que las empresas y autónomos generen más actividad, es decir, abran, amplíen o hagan crecer sus negocios. Si las empresas generan más, habrá más trabajo para la gente y, con los nuevos y mayores sueldos, la gente consumirá más, lo que a su vez hará crecer a otras empresas. Un círculo virtuoso. Por cierto, también se recaudarán más impuestos, con los que financiar mejores hospitales y escuelas. Y si decrecemos, ocurrirá todo lo contrario.

España se estanca

España últimamente crece poco o nada. Las estadísticas a corto plazo pueden despistar. Es fácil lucir crecimiento cuando nos comparamos con los años de la pandemia. Pero cualquier estadística oficial de largo plazo muestra un preocupante estancamiento mientras otros crecen. Según estadísticas oficiales, nuestro PIB per cápita es un 15% inferior a la media de la Unión Europea (nos han adelantado recientemente cuatro países del Este); y consistentemente con ello, nuestra productividad un 8% inferior a la media, muy lejos de la de todos los países de Europa Occidental con los que tanto queremos converger en otras cosas. ¿De verdad no damos más de sí, o es que estamos equivocándonos en algo?

Generar actividad requiere que alguien (español o extranjero) compre lo que producimos. Y ello, en una economía abierta, requiere ser competitivos, ofrecer productos con una relación calidad/precio igual o mejor que la ofrecida por otros. Necesitamos, por tanto, ser suficientemente productivos, lo cual no es lo mismo que ser baratos. Podemos seguir la estrategia de la calidad o la del precio, o las dos. Si queremos seguir siendo un país del primer mundo, deberíamos apostar preferentemente por la calidad, para lo cual necesitamos capital humano (conocimiento, formación), capital financiero (conseguir inversores) y, sobre todo, ser innovadores (favorecer el emprendimiento y la I+D). Alternativamente podríamos apostar por lo barato y languidecer poco a poco. Decidamos qué queremos ser. Pero no nos engañemos: si, cuando consumimos, todos hablamos de “relación calidad/precio”, cuando nos toca producir no podemos hablar sólo de “conquistas sociales”.

El papel del Estado

Nada de esto significa que el Estado carezca de función. Ha de jugar un papel activo, entre otras cosas, para formar a la gente, para eliminar las barreras (incluyendo privilegios o abusos de poder) que dificultan el desarrollo de los emprendedores y de las personas en general, o para construir las infraestructuras que mejoran la productividad del conjunto. Además, más allá de motivos morales, una cierta redistribución de la riqueza ayuda al crecimiento económico, al facilitar la capacitación de las personas, e incluso por la mayor propensión marginal al consumo de las rentas bajas. Y para todo ello, hay que recaudar muchos impuestos, pero hagámoslo cuidadosamente para no cargarnos la generación de actividad.

La auténtica conquista social no está en la pretensión irreal de percibir más por rendir menos, sino en que la comunidad, dictando unas reglas del juego adecuadas, nos ofrezca a todos una formación y unas oportunidades que nos permitan desarrollar nuestro potencial humano y profesional. Y eso se consigue, creemos, generando actividad económica y, para ello, siendo productivos y competitivos. Es, así, como podremos ser, todos, mejores, y nuestro país también.

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